Obra pública en San Nicolás, ¿dinero malversado?. Las baldosas más caras de la historia.
50 millones. reparar las veredas del cementerio valen lo mismo que dos torres en el Sanatorio Nuestra Señora del Rosario.
Levantar dos torres con camas, consultorios y tecnología para el sanatorio Nuestra Señora del Rosario, según datos aportados, tiene un costo de aproximadamente 50 millones de pesos.
La obra de colocación de baldosas en parte del cementerio de San Nicolás; olvidando los desagües, -por eso caen dos gotas y se inunda-, y a lo que se suma el ahorro de la mano de obra no tan privada, que la aportan los trabajadores municipales, costó la friolera de una primer etapa de 50 millones de pesos y otra etapa inentendible de otros 14 millones; lo que hace un total aproximado de 64 millones de pesos.
Los concejales dan el visto bueno a éste derroche sin exigir los números de las inversiones y su por qué, por lo que también deberían dar explicaciones, pero no a la sociedad, sino a la justicia igual que los grandes contribuyentes.
Las comparaciones son odiosas, sabemos, pero a igualdad de monto, el dinero mal gastado queda a al vista.
Sobre el dinero malgastado y malversado a través del gasto público, Alberdi decía:
Todo dinero público gastado en otros objetos que no sean los que la Constitución señala como objetos de la asociación política argentina, es dinero malgastado y malversado. Para ellos se destina el Tesoro público, que los habitantes del país contribuyen a formar con el servicio de sus rentas privadas y sudor. Ellos son el límite de las cargas que la Constitución impone a los habitantes de la Nación en el interés de su provecho común y general.
Encerrado en ese límite el Tesoro nacional, como se ve, tiene un fin santo y supremo; y quien le distrae de él, comete un crimen, ya sea el gobierno cuando lo invierte mal, ya sea el ciudadano cuando roba o defrauda la contribución que le impone la ley del interés general. Hay cobardía, a más de latrocinio, en toda defraudación ejercida contra el Estado; ella es el egoísmo llevado hasta la bajeza, porque no es el Estado, en último caso, el que soporta el robo, sino el amigo, el compatriota del defraudador, que tienen que cubrir con su bolsillo el déficit que deja la infidencia del defraudador.