

Barrio Colombini alguna vez fue un barrio de promesas. La llegada de Brenda Gauna, hija de Mónica Albarenque, concejal de Juntos por el Cambio, fue celebrada por la mayoría de los vecinos. Confiaron en ella. Pensaron que, esta vez, alguien escucharía sus reclamos. Que verían soluciones. Pero el tiempo pasó, y la esperanza se volvió frustración.
Hoy, Colombini permanece casi a oscuras. La falta de luminarias convierte las calles en pasillos de sombras, inseguros y tristes. El reclamo se volvió costumbre. El cansancio también.
La tragedia golpeó hace poco. Un vecino conocido del barrio perdió la vida tras esperar, inútilmente, una ambulancia municipal que demoró siete horas en llegar. Siete horas. Cuando finalmente apareció, el hombre ya se había ido por sus propios medios al hospital. Murió poco después. Una muerte que pudo y debió haberse evitado. Una vida más que se pierde entre la negligencia y la desidia.
Los días de lluvia traen más dolor. El barro se vuelve dueño del barrio. Los chicos, embarrados y con los pies mojados, a menudo deben faltar a clases. Caminar hacia la escuela se convierte en una odisea imposible.
Pero la herida más profunda está por venir. La cancha de fútbol, ese pedazo de tierra que durante más de cincuenta años formó generaciones, que fue refugio de sueños, podría desaparecer. La maquinaria inmobiliaria del clan Passaglia ya avanzó sobre la plaza —sacando más de la mitad del espacio verde para levantar juegos y casas destinadas a los amigos del poder— y ahora apunta a la cancha.
Esa cancha no es sólo tierra y arcos. Es historia viva. Los vecinos la cuidan, pintan sus arcos y la decoran con banderas y colores cada 25 de mayo, 9 de julio y 2 de abril. Cada fecha patria, el barrio se reúne ahí, reafirmando el sentido de pertenencia que otros parecen no entender. Porque mientras ellos trabajan, otros —los que deciden desde los escritorios— están demasiado ocupados en subir imágenes a TikTok, mostrando las fiestas y sonrisas de los hermanos del poder.
No es sólo una cancha: es el corazón del barrio. Quitarla sería arrancar una parte del alma de Colombini.
El dolor se mezcla con la impotencia. Los vecinos sienten que su barrio se les escurre entre los dedos. Pero algo cambió: esta vez prometen no quedarse de brazos cruzados. La bronca comienza a organizarse. Muchos ya hablan de hacer justicia en las próximas elecciones legislativas.
Barrio Colombini es hoy un espejo de tantas otras historias de olvido, abuso de poder y resistencia silenciosa. Pero también puede ser el escenario donde la voz de los vecinos vuelva a hacerse escuchar.
Quizás esta vez, antes de que sea demasiado tarde.
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