

Por: Diego y Diógenes
Llueve, como si el otoño quisiera quedarse a vivir. Diego de la Vega, con paraguas en mano —ese paraguas que cruje como los viejos tranvías—, salió a buscar el diario y se encontró, sin querer, con una postal de película en la avenida Savio: las plantas nuevas, pequeñas flores asomando tímidas entre la vereda rota, el perfume fresco que sólo la tierra mojada conoce.
—Es un día lindo —murmuró para sí, aunque sabía que nadie escuchaba.
O sí.
En la esquina, clavado como estatua pagana bajo un paraguas negro exagerado (tan grande como las sombrillas de boxes en el Turismo Carretera), estaba él: pantalones verdes, campera roja, botas de agua amarillas, termo bajo el brazo y un mate como bandera. Diogenes, claro. Siempre ahí, como si la esquina fuera su trono y la lluvia, su discurso.
—Buen día, vecino —se animó Diego, intentando entrar en esa liturgia con discreción—. Qué lindas las plantas que pusieron, ¿no? El intendente...
Diogenes lo interrumpió con una risita seca, casi teatral:
—No tan buenos, Diego. Las plantas sí, bellas... pero el importe está sobrevaluado. ¿Sabías que el microemprendimiento lo maneja la madre del intendente desde hace años? Ahora todos las ven espléndidas, sí, pero el sistema de mantenimiento es puro maquillaje. Durarán lo que dure el discurso. Después, otra licitación, otro caudal, otra caja.
Diego, como quien ve venir una tormenta aún más intensa, cambió el tema con torpeza:
—¿Sabe algo de la pelea entre Cristina Kirchner y Kicillof?
—Bah —dijo Diogenes, escupiendo una carcajada—. Una pelea entre madre e hijo. Aburre. Hasta parece sobreactuada, una telenovela en loop. Mientras tanto, el arco político local no para de cuchichear. Si es real, el único que se beneficia es Massa, y nadie habla de él. Eso sí que es raro.
Diego intentó volver a tierra firme:
—¿Y acá? ¿Qué se espera esta semana?
—Mirá —y Diogenes cambió el mate de mano, como si eso le diera otro peso a sus palabras—: San Nicolás tiene un aumento del 300% en tasas de servicios. La pobreza no para de crecer. El transporte público, subsidiado por la Provincia, sigue aumentando. El Ejecutivo local tiene la potestad de regular, pero son cómplices de Vercelli. En salud, los CAPS abandonados y los vouchers no alcanzan ni para curitas. General Rojo junta firmas para ampliar la atención médica. En Conesa, la ambulancia volvió los fines de semana, pero recortaron servicios. Y el Dr. Grahms y el concejal Montenegro siguen jugando al escondite.
—¿Y las centrales obreras? ¿El paro del miércoles y jueves?
—Obligadas a manifestarse, sí. Pero desacreditadas. Hoy tienen menos poder real que nunca. El sindicalismo perdió su base. El acatamiento será bajo, depende más de la bronca suelta que de la estructura.
—No parece muy optimista tu panorama...
Diogenes sonrió, o algo parecido:
—¿Optimismo? La izquierda en este país debería tener como íconos al Che Guevara y a Cortázar. Pero los confunden: el otro día dijeron que Trotsky era primo de Mirta Legrand y que Cortázar escribió guiones para Tinelli. Mientras tanto, Bergman quiere meter a su hijo en la Legislatura y otros apuestan por Caruso Lombardi como plan B. Por suerte Santoro resiste con algo de dignidad. Pero lo esperanzador es esto, Diego: la gestión de los Passaglia está agotada. Se siente, ¿lo ves? Son los últimos capítulos. Ahora, la pregunta: ¿podrá el arco opositor acordar para realmente derrotarlos? Ismael y sus laderos quieren todo. Hasta las listas del baby fútbol.
La lluvia se intensificó, como si aplaudiera la escena. Diego miró el cielo y después el suelo. Las flores seguían ahí, resistiendo. Diogenes volvió a cebar, y el mate, tibio, pasó de mano en mano. Nadie dijo nada más. Porque a veces, en Villa Savio, hablar de más es una forma de seguir callando.
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