lunes 07 de octubre de 2024 - Edición Nº2133

Columnistas | 22 sep 2024

Armar de nuevo

Carlos Fernández fue mi magdalena de Proust

“–Bien parece –respondió don Quijote– que no estás cursado en esto de las aventuras: ellos son gigantes; y si tienes miedo, quítate de ahí, y ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla. Y, diciendo esto, dio de espuelas a su caballo Rocinante, sin atender a las voces que su escudero Sancho le daba, advirtiéndole que, sin duda alguna, eran molinos de viento, y no gigantes, aquellos que iba a acometer. Pero él iba tan puesto en que eran gigantes, que ni oía las voces de su escudero Sancho ni echaba de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que eran; antes, iba diciendo en voces altas: –Non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete.” Miguel de Cervantes


Por: Belén Mozzicafredo

Por Belén Mozzicafredo

Como decía Tomatis en un cuento de el gran Saer, no había ya galletita que, desarmándose en mi boca, me produzca recuerdos que me emocionen. No me pasaba nada. Nada.

La verdad es que fui sin ganas, para que ocultárselos, con mucho dolor en las articulaciones, el viaje era largo, La Plata queda lejos, y más cuando una esta tan rota física y emocionalmente, otra vez derrotada por un gobierno liberal como el que tenemos hoy.

Llegamos y esperamos, esperamos … y pasó: la magdalena se desarmo en la boca, se humedeció entre las caras de los compañeros y compañeras, y ahí apareció, ahí estaba ese sabor, ese recuerdo que no se olvida, por que cómo olvidar, ese remedio dulce que nos curó tantos dolores.

Era una persona rota antes de Kirchner, una persona atravesada, como cualquier argentina y argentino de los noventas, por la desocupación, el club del trueque, los patacones, los tickets canastas, los autos usados que se paran en medio de la lluvia, la ropa prestada para salir, los malabares de la clase media. Era una persona callada a veces, que decía mucho pero que no decía nada, trabajaba, muda en un mundo que me había ganado con tantos derechos de piso cobrados, mis amigas del alma me habían ganado en eso de que los despedidos de las privatizaciones eran todos unos vagos, la economía me había ganado en eso de que un peso valía un dólar, aunque cada vez nos alcanzaba para menos. A todos nos había vencido en algo, y estábamos descreídos de la política.

Era, como muchos hombres y mujeres de mi patria, una rota, de los que no fueron a la graduación del secundario, y nadie se dio cuenta, una rota como tantos rotos que empezó a estudiar con muchas ganas, lo que sea, porque no nos íbamos a perder la posibilidad que nos daba el estado, en el que tanto creíamos, pero estaba cada vez más ausente, de educarnos, sin arancel. Una rota, que aceptaba lo que le decían, y se conformaba con lo que le daban. No poca cosa, muchos libros, en bibliotecas públicas, deseando comprarlos. Hasta el código civil y el de comercio hemos comprado mucho después de haberlos leído de prestado en un banco de alguna facultad.

No saber y no acordarse de donde se salió y de donde se viene es grave, por más viajado que se sea. Por esa la magdalena del viernes, en La Plata, tuvo ese gusto dulce, reconfortante, mágico. Porque en este país sin memoria todos nos caemos en algún momento, pero no todos están rotos.

Muchos nos curamos con el virus que nos infectaron, de los dolores que provoco tanto neoliberalismo, tanta post dictadura, y tanto vacío existencial derredor, tanta pizza con champagne y sushi con agua finamente gasificada. Me curé, como muchos, y ni siquiera pedí que lo hicieran, me llegó, como nos llegó a todos y todas, sin quererlo, sin pedirlo, nos llegó.

Y no queremos vacuna para este virus, no quiero, por lo menos yo, volver a no sentir el gusto de las cosas, me niego a cerrar los ojos insípidamente. Me niego a dejarles fácil el terreno a quienes detrás de discursos vacíos saben lo que vale este país y lo que vale su gente y se sigan haciendo los superados, y sigan olvidándose de donde vienen, y sigan con esta pedagogía de la crueldad, equivocándose de bando.

Para no sentirse una víctima, para no rendirse, para que nadie se sorprenda leyéndome escribir esto, solo basta recordar que pasó mucho tiempo para que tantos podamos tener de nuevo nuestra propia voz, pasó mucho para sabernos con algo de valor. Aun hoy seguimos siendo seres minúsculos, que a veces peleamos contra molinos de vientos, solas y solos, pero esas micro batallas hacen ese pequeño cambio que queremos ver en las escuelas, en los clubes, en los barrios, en las ciudades, en las profesiones, en las relaciones, en la vida misma.

Del discurso de Máximo Kirchner podría tomar cualquier frase al azar y escribir una página entera, frases que hiló sin leer, durante más de una hora, un discurso de esos que esperamos los que tenemos el oído afinado a estas alturas de los años. Ni el calor, ni los cantos desviaron una sola vez su objetivo, el discurso fue claro, fue preciso, y fue sincero, sin dobleces como nos tenían acostumbrados los que nos curaron de todos los males, como los que sí pensaban en nosotros, con verdades que deben recordarse, empoderándonos como ciudadanos y ciudadanas.

Armar de nuevo, para volver a creer en serio, que poder tener trabajo, comer en familia, dormir seguros, bañarse calentitos no es un privilegio, es un derecho. En qué momento nos volvimos tan seguros de que esos molinos de vientos no eran monstruos reales, y dejamos que nos venzan tan fácilmente, nosotros que somos la mayoría; ilusa de mí, tanto me creí eso de que iba en contramano peleando contra molinos imaginarios, y en verdad eran monstruos de brazos largos que querían robarnos todo.

En esta ciudad aún seguimos preguntándonos dónde está la plata del subsidio al transporte que manda el gobernador, o la plata de los juegos bonaerenses que manda el gobernador, o la plata del fondo de seguridad que también manda el gobernador, y la plata del fondo educativo que manda el gobernador, y ese gobernador manda todo esto porque miles de bonaerenses votaron un ideal, votaron principios de igualdad y justicia social, que en esta ciudad no se respetan. Porque acá, en este minúsculo lugar con mancha, los molinos de viento toman en su máxima potencia eso de que parecen lo que no son. Y mientras tanto en el interior de esta comarca, como bolsa llena de gatos, seguimos soportando el pataleo de los que sin hacer nada solo se sientan en la vereda a mirar nuestros errores. Veredas nuevas, por cierto, fresco cemento fácil, fáciles veredas en donde sentarse.

Armar de nuevo. Amar de nuevo. Difícil tarea nos espera, titánica, porque este tiempo que eligieron con su voto los argentinos y argentinas “de bien” se está llevando la educación, la ciencia, la tecnología, la conectividad, las pymes, la soberanía, y la dignidad. Un gobierno tan déspota y cruel que se come un asado a la vista de los que no llegan a fin de mes, un presidente sin sangre en las venas, pero que llama zombies a los que somos los más lúcidos del siglo. Con aciertos y con errores, somos lo mejor de la política, porque creemos en la democracia, creemos en la diversidad de opiniones, nos educamos y preparamos para pensar escenarios futuros donde nadie quede afuera. Vemos el mundo que se viene, nosotros si lo vemos, y creemos que todos debemos estar en él, preparados, educados y bien comidos, porque se vienen tiempos difíciles en esta globalidad que sí vemos.

Y para cerrar esta columna queridísimos lectores del domingo, más allá de todo lo que está pasando hoy en nuestro país, en nuestra ciudad, en nuestro mundo, decirles ¡qué suerte tengo de haber ido el viernes, que suerte tengo de tener los compañeros y compañeras de política que he encontrado en mi camino, que suerte tengo de haber tenido maestros de todo tipo, que suerte tengo, soy una persona tan afortunada! Podría irme mañana de este plano, y saber que algo hice. Que una huella dejé, estuve en la película, aunque nadie me haya visto, porque todavía pude sentir el sabor de esa magdalena, y eso es lo único que importa en la vida, a veces, para seguir luchando contra los molinos de viento, que no son tales.

Armar de nuevo, porque acá va a pasar un huracán, y solo los y las que sepamos hacer puentes serviremos para algo, y si no nos alcanza para hacer puentes, haremos ladrillos para ayudar a los y las que construirán los puentes, y si no nos alcanza para ladrillos, amasaremos el barro para que otros y otras moldeen ladrillos. Armar de nuevo, porque no sobra nadie.

 

 

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