Columnistas | 8 sep 2024
Crème brûlée
Cuando solo lees la última palabra, “estúpido”
Lo que prefiero de la tarjeta postal es que no se sabe lo que está delante y lo que está detrás, aquí o allá, cerca o lejos, el Platón o el Sócrates, el anverso o el reverso. Tampoco lo que importa más, la imagen o el texto, ni dentro del texto, el mensaje o el texto al pie, o la dirección. Aquí, en mi apocalipsis de tarjeta postal, hay nombres propios, S. y p., arriba de la imagen, y la reversibilidad se desata, se vuelve loca" Jacques Derrida
Por: Belén Mozzicafredo
Por Belén Mozzicafredo
No les puedo ocultar lectores, que cada semana analizo la realidad política desde la literatura y la filosofía, a estas alturas sabrán muy bien que mi andamiaje son siempre algunos autores que éstas actualidades me obligan a releer. Tampoco hace falta que lo diga, pero mi postre preferido es la crème brûlée.
Tuvimos la suerte, ahora que las correspondencias son tan publicas desde que se inventó el tweeter - como prefiero seguir llamándolo – que, meternos en la cabeza de los que nos gobiernan, es mucho más fácil que hace 100 años atrás. Las cartas, diría Derrida, dicen lo que dicen y, además otras cosas, por eso más allá de los libros y tratados que se han escrito, la correspondencia entre los autores, escritores y filósofos es tan codiciada. Eso viene un poco por la necesidad de tener la presencia intima de aquellos que nos marcan el relato. Si nosotros pudiéramos preguntarle a alguien que nació en 1726, como Adam Smith, qué piensa sobre ciertas cosas de la actualidad, como le preguntamos a Rita Segato, aunque tengamos sus libros ahí para leerlos, otra sería la perorata. Pero resulta que todas las interpretaciones las hacemos desde copias de copias de copias, traducidas y retraducidas, explicadas, y reexplicadas, por eso, dice Derrida, que leer libros es volver a escribirlos, es reescribirlos.
Hace unos años inventé un término en castellano, con esto del juego que me gusta de leer y escribir, se me ocurrió la palabra “lebir”. No voy a explicarla porque incluso la fonética es más amplia que su significación, solo dejo que la interpreten como quieran y la disfruten. Continúo; en esta época, en que la correspondencia es tan abierta con el uso de las redes, es imperioso entender que las distintas lecturas que cada quien pueda hacer de ellas tiene que ver con los flujos de pensamiento que fuimos internalizando en nosotros mismos después de una vida de lectura y experiencias y que eso produce una comprensión interna, sin renunciar al rigor y a la lógica, del envoltorio sencillo de la retórica, que es más ilusorio que conveniente. Una vez leí por allí que hay que diferencia lo inexpugnable de lo inextricable. Y para mí lo de esta semana tiene más que ver con esto último, porque no veo cosas difíciles de entender sino enmarañadas a propósito para que no podamos encontrarle la punta al ovillo, y también con que el presidente se quedó en una sola palabra. Leyó “estúpido” y se sintió aludido, olvidándose que quien dijo esa frase hace muchos años fue Clinton en su campaña contra Bush (padre), textualmente el latiguillo era: “The economist, stupid”, aclaremos que el “es” se lo agregaron después.
Para entender el contexto, la campaña de Clinton se basó en cuestiones relacionadas con la vida cotidiana de los ciudadanos y sus necesidades más inmediatas, contrario a la política exterior que estaba llevando adelante Bush (padre). Los resultados fueron el triunfo de Clinton; luego, la frase se usó internacionalmente como muletilla en infinidad de situaciones cuando el interlocutor necesitaba referirse a temas considerados esenciales. En este contexto, Cristina solo agrego en su escrito la palabra “bimonetaria”, pero ya lo expresé más arriba, y me enseñó muy bien mi profesora de literatura, que cada quien lee y sobre todo reescribe desde su capacidad intelectual de generar intertextos.
Milei se quedó en el “estúpido” y habría que preguntarle a Freud a qué se debe, pero eso ya no es mi métier. El caso es que tuvimos que aguantar, soportar, tolerar una mediocre clase de economía para púberes de secundaria, hecha por un mal profesor, de esos que nos explican con altanería lo que supuestamente no sabemos. Un profesor que, sin título, ni conocimientos pedagógicos y mucho menos buena transposición didáctica nos trató como analfabetos, incapaces de darnos cuenta que cuando abrimos la heladera todo ese discurso sin sentido se torna, en el mejor de los casos, cómico. Y no me quiero reír de la investidura presidencial, pero si esa personita que la ocupa tuviera un poco más de empatía, conociera un poco más el universo vocabular de sus receptores y, además, se rodeara de personas que no lo adulen como a Luis XIV, el rey Sol, quizás tendríamos semanas más normales, y menos violentas.
ESPANTOSA clase, espantoso profesor, que en realidad en su juego de intercambios de palabras y de ejemplos, no se llenó de pan porque su discurso vale menos que el trabajo honrado de un panadero. Y menos vale aun expresado delante de un montón de personas que tienen el signo pesos en lugar de ojos, y los oídos muy abiertos a palabras como Blanqueo, Condonación e Incentivos Fiscales. En las cartas es muy común culminar con la frase “te escribo mañana” para dejar abierto el dialogo. Deberíamos ser conscientes en que ese “mañana” siempre está en el futuro como los resultados económicos prósperos que nos venden desde simulacros de la realidad que vemos en carne y hueso, volviendo a Derrida y su archiescritura. Particularmente en mí, la palabra “mañana” puesta en este contexto de país, me lleva a una deriva de interpretaciones, muchas ya las he manifestado, pero tengo otras que ni siquiera me atrevo a decir, ni a escribir.
La correspondencia política que estamos presenciando es fabulosa en cuanto nos deja realmente al descubierto las bajezas intelectuales de las y los actores actuales. Estas tarjetas postales como bien diría Derrida, tiene más que decirnos desde la imagen del anverso o reverso, como mejor les guste pensarlo, que las escasas palabras que se escriben. Ejemplos como una tarjeta postal con destinatario en General Rojo, partido de San Nicolás, datada el jueves 5 de septiembre de 2024, con una imagen de una plaza que no se queda en “silencio” rodeada de nueve patrulleros de la policía bonaerense y camiones sin patentes con obreros encapuchados prontos a demoler, en la retaguardia de fondo la UTOI y la infantería fuera de foco. Lo que escribe en el reverso el intendente, bajo estas condiciones, con sus actos sin palabras, lo dice todo, sobre su poder, sobre sus intenciones, sobre nuestro “mañana”. Podríamos decir que estas son las cosas que pasan cuando falta dialogo, pero quién cree después de todo lo que explique que aquí no hay un “dialogo”. No Señor, existe el dialogo desde que existe una ley que obliga a la “publicidad de los actos de gobierno”, entonces no es que no haya dialogo, el silencio es ese dialogo, y es el modo de charlar sobre nuestra ciudad. No existen las malas interpretaciones, no nos equivocamos cuando abrimos la heladera, ni cuando vemos que nos roban dia a dia delincuentes que la policía no atrapa, y la justicia no juzga, porque está en una plaza, en General Rojo, protegiendo encapuchados sin patente que en otros tiempos y bajo otras ordenes hubiesen sido detenidos por ROBARSE los juegos de un parque.
No nos equivocamos cuando desmantelan edificios y secretarías, o cuando los haberes jubilatorios no alcanzan para comprar los remedios. No nos equivocamos cuando vemos que profesores universitarios o médicos o científicos ganan menos que un playero de estación de servicio, con todo el derecho que tiene el playero de cobrar lo que cobra.
Podríamos ser todos analfabetos y así y todo no nos equivocaríamos ni un ápice. Las palabras y las no palabras dicen cosas, pero, además, mas. Sigamos leyendo las tarjetas postales que nos mandan nuestros gobernantes mientras pensamos futuros posibles enserio...
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