

Por: Diógenes Cianuro
En estos días, el Partido Justicialista local ha lanzado lo que, a simple vista, pretende ser una propuesta innovadora en el plano deportivo. Sin embargo, basta con rascar apenas la superficie para advertir que detrás de las promesas se esconde algo ya visto, un plagio —y no precisamente menor— del viejo programa passaglista. ¿Innovación? No. Personalismo. ¿Cambio? Tampoco. Imitación.
No se trata de "sacar por sacar" ni de "poner por poner". El peronismo, en su doctrina profunda, no nació para repetir fórmulas ajenas con otros rostros ni para contratar a los mismos asesores de siempre que maquillan un plan de gobierno con palabras huecas y slogans reciclados. ¿Acaso no aprendieron nada de sus experiencias en los gobiernos nacionales y provinciales? O, peor aún, ¿habrá aprendido demasiado de aquellos errores para ahora convertirlos en estrategia?
Su delfín, de sonrisa entrenada y frases de manual, nos habla de crear nuevas Sociedades Anónimas Deportivas, olvidando —o ignorando con sospechosa intención— que los clubes, en su carácter comunitario, tienen derechos sobre la formación de sus jugadores. No menciona ni una vez la capacitación de los formadores, pero sí enfatiza el “aprovechamiento de recursos” provistos por el Estado. ¿Aprovechamiento? ¿Oportunismo? Los negocios más prósperos, decía un empresario ya fallecido, “te los da el Estado”. Y esta vez, parece que el Estado les vuelve a abrir la puerta.
No podemos pedirle peras al olmo, sentenció un vecino. Y, en San Nicolás, esa sentencia cobra cuerpo. En una ciudad convulsionada, los medios han comenzado a silenciar a los verdaderos opositores al modelo privatizador de los Passaglia y sus herederos. Los han corrido de la escena, mientras nos hablan —con ternura de folleto turístico— del "florecimiento de la vegetación en pleno otoño". Alegoría forzada, si las hay, para esconder que los árboles se secan, que el bosque se quema.
En los próximos días, veremos desfilar a muchos con el rostro del intendente, pero el discurso del supuesto peronismo opositor. Algunos de los más fervientes incitadores del divisionismo hoy claman por unidad. Hipocresía de pasillo. Porque, digámoslo con claridad: solo una persona ha asegurado su renovación en el plano provincial. El resto es un juego, una partida de ajedrez en la que quien no elige las blancas del poder real, ni siquiera entra al tablero.
¿Y los jóvenes? Los jóvenes no marchan al ritmo del poder conservador. Buscan rebelión, sentido, corazón. Los actuales referentes justicialistas parecen no entenderlo. Se visten de pueblo, pero piensan como contadores. Hablan de revolución, pero administran como burócratas. Y por eso no seducen. No movilizan. No contagian.
Hace poco escuché a un sindicalista comprometido, peronista del llano, de los que no frizan ni facturan por pensar. Él lo dijo claro: “Esta gente ya no escucha al pueblo. Son conservadores, infiltrados. No representan al movimiento. Lo han domesticado”.
Mientras tanto, los opositores al passaglismo parecen salidos de un software. Fríos, robóticos, sin alma. Como si la inteligencia artificial ya se hubiera instalado en la política local. Y si la política deja de tener corazón, de ser humana, entonces hemos perdido más que una elección: hemos perdido el alma del peronismo.
Y esa, compañeros, es una derrota que no debemos permitirnos.
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