miércoles 16 de julio de 2025 - Edición Nº2415

Opinión | 17 may 2025

De las redes

El hermano del intendente feliz con haber dejado sin trabajo a tantos trabajadores municipales

Una planta diezmada y los contratos millonarios con los monotributistas que el municipio mantiene con los amigos, algunos de los cuales, nunca van a trabajar.


Por más que lo nieguen, las cifras no mienten. Y los silencios, menos. Manuel Passaglia, otrora intendente municipal de San Nicolás y hoy empleado de la enigmática firma Descubrí San Nicolás S.A, intentó sostener con voz firme lo que apenas puede sostenerse con alambres: que esta ciudad tiene uno de los índices más bajos de empleados municipales en el país. Y es cierto. Cifras frías, aparentemente irrebatibles: 574 empleados frente a los 1.432 que había cuando su familia asumió el poder en 2011. Pero lo que no dice, lo que omite como quien esconde el humo de una metralla recién disparada, es más importante que lo que dice.

San Nicolás está llena de trabajadores invisibles. Hombres y mujeres que barren, cuidan, limpian, cargan, reparten y sostienen los servicios esenciales sin figurar en ninguna planilla oficial. Son monotributistas, cooperativistas de ocasión, voluntarios a sueldo que cobran $1.500 la hora sin obra social ni aportes previsionales. Precarizados hasta el hueso. Con la dignidad vendida en cuotas al mercado del oportunismo político.

Desde 2011, la planta laboral no se redujo: se transformó. El municipio se convirtió en una franquicia de sí mismo. Y la administración pública, en un organigrama paralelo manejado por sociedades anónimas y operadores de marketing. El avatar “SantiA” gobierna desde la pantalla, mientras en la calle los medicamentos no llegan, las delegaciones barriales languidecen, y los funcionarios devenidos empresarios juegan a la realidad aumentada en un estadio que antes fue del pueblo.

Pero no todo puede maquillarse. Las encuestas locales —esas que tanto consultaron para decirnos qué pensar— muestran un derrumbe evidente de imagen. La población ya no traga la pastilla. Los hermanos ambiciosos, omnipresentes en redes, no provocan simpatía, sino hartazgo. Y la fiesta que se prometía como salvación parece más bien un brindis entre los mismos de siempre, con luces LED importadas y vasos de plástico reciclado.

La política sin ética es un simulacro. Y en San Nicolás, el simulacro llegó a su máxima expresión: un gobierno que privatizó lo público sin admitirlo, que tercerizó lo esencial y que ahora pretende disfrazar una precarización sistemática como eficiencia administrativa.

No hay héroes individuales en este escenario. Ni empresarios mágicos, ni intendentes visionarios. Solo un pueblo cada vez más despierto, más cansado y más consciente. Como escribió Oesterheld: "El único héroe válido es el héroe colectivo". Y es esa comunidad silenciada la que, tarde o temprano, termina escribiendo la historia. Porque en San Nicolás, lo único verdaderamente bajo no es el número de empleados: es el respeto por la verdad.

RC

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