viernes 16 de mayo de 2025 - Edición Nº2354

Opinión | 26 abr 2025

Andáaaaaa

Aplausos y chasquidos de dedos

No para los que mandan en San Nicolás, sino para los que resisten


Por: Diógenes Cianuro

No se trata de cronopios, famas ni esperanzas.
No hay cronopios en las oficinas de poder, ni famas que inventen un orden, ni esperanzas que todavía no hayan sido desalojadas.
Ellos, los otros, los que gobiernan —y no por gracia del cielo sino por votos de la tierra, tierra baldía, tierra cansada—, vieron en el sistema democrático una oportunidad no para servir sino para servirse. Y ahí se quedaron, cómodos, reclinados en la poltrona del poder delegado, bien comidos, mejor vestidos, excelentemente ostentosos, según qué ojo los mire y desde dónde.

El Papa Francisco diría que no, que así no.
Los abuelos, con su sabiduría de calle de tierra y mate compartido, tampoco votarían por ellos si el voto viniera con pan casero y no con influencers de plástico.
No podrían ganar ni una elección en el club del barrio si tuvieran que dar la cara y no un reel editado.

Y sin embargo, ahí están.
Con la ayuda de redes soles (esas redes sociales que ciegan más de lo que iluminan), todavía cosechan votos como quien cosecha viento, creyendo que hará pan.

Está Manuel, el ambicioso.
Quiere todo.
Necesita que Santiago, el avatar, el casco vacío, continúe ahí, con su imagen desgastada como cartel de feria en medio de una tormenta.
Santiago, que ni seguridad ni salud. Que ni sí ni no, sino todo lo contrario.
Ellos fracasan en todo lo que huela a humano, pero multiplican las ganancias en todo lo que tiene olor a contrato.

Y mientras tanto, en las redes:
Superhéroes de utilería,
guardianes de una ciudad que ya no recibe turismo social,
que se mira en el espejo y no se reconoce,
como Roma en su decadencia,
circo sin pan,
imperio sin alma.

En pocos meses, los mismos nos pedirán otra vez el voto.
Nos pedirán que les renovemos la licencia para seguir haciendo lo que saben:
cerrar dispensarios,
subastar plateas,
privatizar hasta el silencio de los cementerios.

¿Querés llevar una flor?
No podés.
El cementerio es de un tercero, o un cuarto, o ya nadie.
¿Querés tomar agua?
Mejor que compres bidones, que la turbiedad del grifo se mide en miedo.

Por eso, hoy los aplausos no son para ellos.
Hoy los chasquidos de dedos —como si uno llamara a la conciencia o espantara un mal sueño— son para los que se levantan igual.

Para los obreros sin fábrica.
Para los niños sin medicina.
Para los jóvenes sin club.
Para las asistentes sociales despedidas.
Para los profes de gimnasia que ya no están en los barrios.
Para los enfermeros que bajaron de las ambulancias, si es que todavía hay ambulancias.
Para los que se salvan solos, porque el resto ya no puede ni comprarles.

Mientras no cambiemos, no va a cambiar.
Y que Dios —si es que aún camina por nuestras calles— nos devuelva un poco de claridad en la cabeza y ternura en el pecho,
para que los que tanto aman lo privado se vayan con lo que es suyo,
y dejen al pueblo lo que le pertenece:
lo público,
lo nuestro,
San Nicolás.

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