

Jorge Di Lello volvió a la primera línea mediática este viernes, al asumir la investigación en torno a la denuncia de alto voltaje presentada por la Agencia Federal de Inteligencia en contra del expresidente Macri y sus espías. Para saber quién es el fiscal que se autopercibe como un peronista judicial (y no al revés), hay que leer este completo y entretenido perfil sobre su exorbitante trayectoria.
Jorge Di Lello tiene una certeza, y la dice sin cortapisas: este peronismo no enamora, porque no es agradecido ni solidario. Lo llama “Desencanto”, como el tango de Enrique Santos Discépolo. Con sus más íntimos, se explaya: el gobierno de Alberto Fernández le debe mucho, ya que varias causas medulares contra referentes del Frente de Todos se desactivaron cuando cayeron en su fiscalía. Sin embargo, dice que desde el 10 de diciembre de 2019 nadie le atiende el teléfono.
Acostumbrado a los expedientes con chispazos mediáticos, reaccionó con celeridad a la denuncia realizada por la interventora de la AFI, Cristina Caamaño, sobre el supuesto espionaje ilegal realizado durante el gobierno de Mauricio Macri. Diestro en el juego de los mensajes crípticos, requirió una serie de medidas citando una demanda motorizada por Cambiemos sobre las actividades del mismo tenor que presuntamente habría efectuado el espía Francisco Paco Larcher, hoy abocado a la actividad privada en el exterior. También pidió la nómina de todos los contratados desde diciembre de 2015. Nadie se lo preguntó, pero él tiene una hipótesis no apta para puritanos: el espionaje interno es inherente a la estructura de inteligencia vernácula, porque Argentina está dividida desde su momento fundacional.
él tiene una hipótesis no apta para puritanos: el espionaje interno es inherente a la estructura de inteligencia vernácula, porque argentina está dividida desde su momento fundacional.
Vladimiro boy
Miedo lo que se dice miedo, Jorge Di Lello no tuvo ni cuando se le plantó a Carlos Menem que presionaba por su re-reelección en 1999; ni cuando persiguió al dictador chileno Augusto Pinochet para que declarase en suelo argentino por el asesinato del comandante Carlos Prats; ni cuando en el caso Ciccone avanzó contra el vicepresidente Amado Boudou a pesar de que ya había volado por el aire su jefe Esteban Righi; tampoco cuando pidió la elevación a juicio oral de Mauricio Macri en la causa por las escuchas ilegales. Miedo lo que se dice miedo, Jorge Di Lello tuvo una sola vez: cuando cayó preso en 1970 luego de que lo detuvieran por la explosión de dos bombas caseras. En realidad, corrige, no era miedo, era angustia porque recién en ese momento notó que se había quedado afuera de todo. ¿Qué era ese todo? La revolución en ciernes.
Un verbo atesora el vocabulario político-judicial de Di Lello: ex-orbitar. En realidad, forma parte de una definición. Nadie que quiera transitar por este sistema de círculos concéntricos e intersecciones turbulentas, habitados por el poder político, jueces, fiscales, estudios de abogados, espías y empresarios, entre otros, debe ex-orbitarse en su poder. Dicho llanamente: el que se engolosina pierde. Por eso, superado el trance báquico cambiemita, aparece el costado más vulnerable de Py.
En un fuero donde muchos prefieren cobijarse bajo la asepsia, Di Lello le dice a todo el mundo que él es un peronista judicial, y no al revés. Y asegura que lo repite porque no quiere que le aparezca ninguna pelusa. Dicho de otra manera, prefiere lo chocante a la hipocresía, el teléfono y el despacho abiertos a la realeza judicial, la ronca sinceridad a las especulaciones infinitas. Será por eso que se jacta de que si algún día lo llama su mentor Carlos Vladimiro Corach ante alguna duda, se desvivirá por responderle. Siempre dentro del marco de la ley. Será por eso que es políticamente incorrecto cuando cuenta que estuvo a favor de los indultos de Carlos Menem a los represores porque, en ese momento, se dio cuenta de que había que empezar a mirar hacia delante, y que en la sociedad el Nunca Más ya estaba impreso en su ADN.
Di Lello es un prisma a través del cual se puede observar la evolución del fuero penal federal porteño, atravesado por las intrigas de la corrupción político-empresarial y el cocoliche electoral argentino, en el que se entrecruzan las vulnerabilidades estructurales, las recaudaciones partidarias que nunca cierran y estrategias vidriosas como las candidaturas testimoniales, que esmerilan el frágil vínculo entre la ciudadanía y la política profesional. Ante el poderoso sillón de Di Lello desfilan personajes diversos, se deslizan propuestas de todo tipo y el sistema muestra descarnadamente sus desigualdades.
di lello es un prisma a través del cual se puede observar la evolución del fuero penal federal porteño, atravesado por las intrigas de la corrupción político-empresarial y el cocoliche electoral argentino, en el que se entrecruzan las vulnerabilidades estructurales y las recaudaciones partidarias que nunca cierran, esmerilando el frágil vínculo entre la ciudadanía y la política profesional.
Fuente: crisis
A pesar de que su padre fue militar y formó parte del golpe de 1955 contra Juan Perón, Di Lello no se encuadra en el clásico caso del joven que se vuelca al peronismo en oposición al imperativo paterno. Todo lo contrario, recuerda con alegría su infancia en el Círculo Militar y su educación en el colegio inglés Southern District British School. Es más: proyectaba hacer carrera militar cuando las Fuerzas Armadas dejasen de reprimir y formar parte de cuanto golpe de Estado haya para retomar su sendero sanmartiniano.
Hijo único, su padre murió cuando él tenía 13 años. El punto de inflexión fue cuando ingresó en el Colegio Nacional de Buenos Aires. Como todo sesentista de izquierda que se precie, cruzó las lecturas de Jean Paul Sartre, Albert Camus y Frantz Fanon con las de José María Rosa, Juan José Hernández Arregui, Raúl Scalabrini Ortíz y Arturo Jauretche. Los rastros persisten en su lenguaje actual, donde mezcla a los vulnerables y la política cipaya con reflexiones existencialistas. Pero el barro lo hizo dúctil, receptivo y polemista.
- Me sumé a la Federación Nacional de Estudiantes Peronistas mientras estaba en la secundaria. El líder era el poeta Horacio Pilar. Cuando me pareció que era muy declamativo, me acerqué al Movimiento de la Juventud Peronista, que luego se convertiría en las Fuerzas Armadas Peronistas. Ahí ya estaba en el Colegio Nacional de Buenos Aires, desde donde fui acercando a varios a la militancia, como Silvia Angélica Coraza, Silvio Puiggrós y Eduardo Rosen. Empezamos a hacer instrucción militar: cómo se hacía un golpe comando, cómo enfrentarse. Después, me empiezo a alejar cuando comienza la discusión sobre si guerrilla urbana o rural, y terminan cayendo en Taco Ralo.
El 4 de abril de 1970, justo cuando salía de su casa materna en Balvanera, fue detenido y trasladado al penal de Devoto, donde estuvo un año y un mes. Di Lello no lo sabía, pero en una casa de la calle White en la que se reunían para preparar explosivos, dos bombas caseras se habían detonado, hiriendo a Enrique Celesia y Roberto Atrip. Las bombas eran de gran estruendo, e iban a ser utilizadas el 1 de mayo para desparramar volantes con proclamas revolucionarias. El juez Miguel Inchausti lo condenó por asociación ilícita, tenencia de armas y explosivos, e intimidación pública. En ese momento visitaba los sábados la casa de Rodolfo Puiggrós, que los formaba desde una perspectiva revisionista y, como la rama previa a la conformación de Montoneros, seguía al borde de la idolatría al cura Carlos Mugica en su trabajo en las villas.
A pesar de haber sido picaneado, cuando salió retornó al Ejército. Como era hijo de un camarada, se resistían a considerarlo indigno de vestir el uniforme militar. Rechazado por su militancia, Di Lello empezó a deambular hasta que terminó recalando en el Distrito Militar Buenos Aires. Allí había un coronel que, por intermediación de su madre, logró que fuera enviado al comando militar donde hoy están las canchas de polo. En 1972, un teniente coronel, conociendo los antecedentes de Di Lello en la guerrilla, le planteó un dilema moral. Ante los rumores de que la organización Descamisados planeaba atacar el cuartel, le preguntó si podía confiar en él o debía sacarlo de la guardia:
-Me quedé pensando en qué responderle. Como siempre valoré el concepto de lealtad y fair play, y le contesté: “Si usted confía en mí, yo no le voy a fallar”.
Su primer trabajo después del Ejército fue en la obra social de la Confederación General Económica que conducía José Ber Gelbard. En ese momento, se acentuaron sus discrepancias con la concepción militar de las organizaciones que entendían que debían enseñarle a Perón a ser revolucionario. Todo se explica en función de la lealtad a Perón, lo cual no anula las disidencias, dice. Empezó a trabajar en la administración porteña de la mano de su referente, Julio Espina, con quien formó parte de la creación de la Unión de Asambleas, Unidades Básicas y Militantes Peronistas, que nació como un foro para explicar cómo ser verticales a Perón diferenciándose de la CGT de José Ignacio Rucci, el general Jorge Osinde, etcétera. Chacho Álvarez fue uno de los que transitó por ahí.
Durante ese tiempo comenzó el proceso de fisión que explica al Di Lello actual. Mientras avanzaba en Derecho, se sumó como ayudante de cátedra de Abel Fleitas Ortiz de Rosas, luego titular de la Oficina de Anticorrupción durante el gobierno de Néstor Kirchner. Allí, Di Lello tuvo como compañero al columnista de Página/12 Mario Wainfeld, al ex funcionario durante el menemismo y el kirchnerismo Alberto Iribarne, y como alumno y contendiente a Leopoldo Moreau. Pero el golpe de 1976 interrumpió todo abruptamente:
-El 13 de abril de 1976 revientan mi casa en French entre Austria y Agüero, oficiales de la Marina. Mi mamá los recibió pensando que querían condecorarme y los llevó hasta mi casa. Me estuvieron esperando hasta las 4 de la mañana, pero no me engancharon porque mi tía, que era una vieja solterona, se dio cuenta y me esperó en la esquina. Me avisó, agarré el auto y me fui a ver a Abel Fleitas Ortíz de Rosas, de quien yo era ayudante de cátedra.
Después de ser dejado cesante en la Municipalidad, se dedicó a ser chofer de Tienda León y ayudante de mecánico sin tener la más pálida idea. Poco antes de que Raúl Alfonsín llegase al poder, Di Lello abrió una inmobiliaria junto con un amigo sobre la calle Junín al 1600. Enfrente, dos hermanos tenían un estudio de abogados que andaba muy bien. Eran Gregorio y Carlos Vladimiro Corach. Al segundo lo conocía de la facultad. Al primero, lo ayudó a vender un inmueble a “precio de Recoleta”. A partir de ahí, Goyo empezó a sentir que le debía una. Quedarían a mano, con creces, años después.
Con el retorno de la democracia terminó la carrera de Derecho y comenzó a trabajar como abogado laboralista. Con el Juicio a las Juntas durante la década del ochenta, dirá años después Di Lello, comienza el proceso de judicialización de la política. Su hipótesis es que la justicia federal tomó un rol progresista y, a partir de ahí, se entraron a dirimir los conflictos de la política en los tribunales.
A través de Di Lello, Corach profundizó sus vínculos con el peronismo. Gracias a la mediación de Iribarne, Di Lello se jacta de haber sido el puente entre Corach y Deolindo Felipe Bittel. Carlos Vladimiro venía del desarrollismo frondicista. Cuando le reclamó por qué no lo había mencionado en su libro 18.885 días de política, el ex funcionario menemista le contestó que lo había omitido para no complicarlo.
Con Carlos Menem en la Rosada, Goyo Corach, actual integrante de la Cámara Nacional de Apelaciones del Trabajo, llamó a su hermano Carlos y le dijo: “Acordate que está Jorgito, nuestro compañero”. Sin embargo, no fue fiscal titular de inmediato por la oposición de Carlos Arslanian, a raíz de sus antecedentes. Fue nombrado adjunto de Luis Comparatore en la Fiscalía N°5.
con el juicio a las juntas durante la década del ochenta, dirá años después di lello, comienza el proceso de judicialización de la política. su hipótesis es que la justicia federal tomó un rol progresista y, a partir de ahí, se entraron a dirimir los conflictos de la política en los tribunales.
El espíritu del edificio
En los tribunales federales porteños corren leyendas que suenan a verdades irrefutables. Dos personas llaman el ascensor y se paran en diagonal a aguardar. Charlan sobre la fecha para el examen con el objetivo de ocupar el juzgado que hasta mayo de 2019 condujo Sergio Torres, hoy integrante de la Suprema Corte bonaerense. Una le dice a la otra cuándo hay que inscribirse. Su interlocutor la mira sonriente: “No le des bola a eso, el tema es quién corrige. Ni te preocupes en estudiar”.
Las oficinas de los fiscales de Comodoro Py son largas y angostas, con una superposición de escritorios atestados de expedientes junto a computadoras de dudosa eficiencia. Pero la suya es diferente. El pasillo al que da la puerta de entrada comunica con cuatro cuartos. En el primero están las secretarias y secretarios. En el segundo, el fiscal. Y en los de atrás sus históricos secretarios: Hernán Mogni y María Belen Udaquiola.
Veinte personas componen el plantel estable de su equipo, que se incrementó desde que lo pusieron a cargo de la Fiscalía de Armas, que conduce Raúl Castro. Colgados en la pared rojiza del despacho hay retratos en los que se ve a Ricardo “el chino” Balbín estrechando la mano de Juan Perón, a Evita, a Alfredo Palacios y a Perón montando su caballo blanco. Pero justo en el medio, dentro de una caja de vidrio, se exhibe el morrión de Granaderos que le regaló una familia vinculada al Ejército. No es casual que se lo hayan regalado a él que se reconoce un devoto de José de San Martín.
Di Lello parece presentir que forma parte de un código de época que ya no es. Con sus achaques, sus arbitrariedades y sus medias verdades, es un veterano de guerra judicial. Si el menemismo moldeó el fuero federal a su gusto, el kirchnerismo lo dividió y tensó. Y si el macrismo lo enrareció y tornó caótico, lo que se vislumbra con Alberto y Cristina Fernández es una incógnita que él parece no tener muchas ganas de quedarse a desencriptar. Pero aún le queda un lustro antes de jubilarse.
Como toda persona formada en derecho, Di Lello gusta de las grandes definiciones. Una salvedad no menor: le escapa a las que son en latín. En la justicia federal, dice, quien quiera hacer carrera no debe comportarse como un empleado sino como un miembro de la Primera Junta.
En la fauna judicial, Di Lello se define a sí mismo por oposición. Él se reconoce parte de una especie particular: los peronistas judiciales. Carlos Arslanian, en cambio, sería un judicial peronista.
- Es la sutil diferencia conmigo. No vengo a hacer militancia política, vengo a introducir en la justicia la visión del peronismo sobre la gente, la sociedad en la organización judicial. Arslanian, en cambio, es un producto del sistema.
Un colega suyo establece otra oposición, mucho más visible en estos tiempos de guerra de guerrillas judiciales: “A diferencia de los fiscales Guillermo Marijuan y Gerardo Pollicita, Di Lello no utiliza prácticas reñidas con el respeto al derecho de defensa. No es un fanático. Pero la verdad es que antes la diferencia no era tan visible, se agudizó en los últimos años”.
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